domingo, 16 de diciembre de 2012

TIERRA DE PROMISIÓN Llovía torrencialmente aquella madrugada de Diciembre. Parecía que el cielo se abría para descargar sobre aquellos pobres infelices toda el agua del universo, eran hombres y mujeres huyendo del hambre persiguiendo el sueño de comer todos los días. El viento de levante mecía el casco de la frágil patera meciéndola por encima de las peligrosas olas. El resplandor del relámpago, que precede al trueno, descubría en la oscuridad de la noche, unos rostros aterrorizados a merced de los elementos; hacinados en aquel pequeño bote, tiritaban empapados, debajo de unas raídas chaquetas intentando achicar agua con lo único que tenían sus manos. Lejos; en el horizonte se adivinaban las luces de alguna ciudad costera, donde tal vez les estuvieran aguardando alguien amparados en la oscuridad de la noche. Hacia muchas horas que un mercante los había abandonado en medio de la mar, a bordo de una patera. Sin nada, con la promesa de que pronto alcanzarían la costa. Sin embargo a las pocas horas el motor se paro y el pequeño bote quedo a la deriva, tal vez por un macabro despiste, a alguien se le olvido echar combustible a aquella embarcación. Y ellos no sabían nada de gasolina ni de motores, todos provenían del África más pobre y miserable, tan pobre que una vida no vale nada. Tampoco vale que la arriesgan cruzando un mar tenebroso que no conocen buscando una tierra de promisión, a sabiendas que muy pocos lo consiguen, en un intento desesperado por cambiar sus destinos y el de sus familias. En el puerto más cercano, una patrullera de la guardia civil se pone en marcha para vigilar la costa. Inicia el recorrido lentamente. Es noche buena y los seis militares echan de menos a sus familias en una noche tan especial. Cenaron apenas sin mirarse y más tarde hablaron con sus mujeres e hijos. Por fin el viento se da una tregua, también deja de llover. El mar ya no rugía como lo hacía antes de la media noche, poco a poco llega la calma, que se rompe cuando la radio del barco hace añicos el clímax navideño, con un mensaje de socorro. Desde un transbordador se ha avistado una patera a la deriva. El oficial al mando, pone rumbo a las coordenadas que se le indican. Para los seis hombres no hay nada en el mundo tan importante como salvar esas vidas en mitad de la nada. Las luces del muelle cada vez estaban más cerca, ya se podían distinguir de las del pueblo, pronto habría terminado su sufrimiento. Llegarían a la playa, donde tal vez, algunos amigos les estarían aguardando en la oscuridad de la noche, con una calida manta donde envolverse para mitigar tanto frío. Luego ya en los hogares un rincón donde calentarse, una taza de café y unas manos amigas que estrechar y fundirse en un abrazo. La guardia civil, se acercaba cada vez más. Cuando el casco de la lancha rozo al de la patera, ellos los desesperados, ya no tenían miedo. Por la radio, desde tierra preguntaron: -cuantos son.- Al otro lado se produjo un doloroso silencio y desde el puesto de mando volvieron a preguntar: -repito cuantos son.- el oficial con la voz rota, respondió unos treinta, todos muertos.

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