jueves, 16 de diciembre de 2010

Veinte Años.

 Las historias que relato a continuación,  son algunas  de tantas que a lo largo de diecinueve  años, de trabajar como auxiliar, de ayuda a domicilio, he conocido. Son historias  en su mayoría, desgraciadas, vidas de infinita miseria. Sus protagonistas, hombres y mujeres, que vivieron la guerra y padecieron la posguerra. Vidas algunas marcadas por su paso por las cárceles franquistas, condenados por sus ideales, indultados más tarde de unos delitos que no habían cometido. Mujeres  muchas que no pudieron ir a la escuela, que tuvieron que ponerse  a servir en la casa de algún  señorito con ocho o nueve años, de sol a sol, por un miserable plato de comida, lavando cargas de ropa, cuando todavía, su cintura no  alcanzaba el filo de la pila , que planchaban montañas de ropa ajena, sin tener fuerzas suficiente para sostener la pesada plancha de hierro, que mondaban cañas en los meses de la zafra y luego llenaban las espuertas de pleita, de tizos, que le serviría a modo de carburante para enceder la chimenea y coser unos boniatos, en el mejor de los casos. Muchas parieron en plena faena en medio de la vega, y cuando terminaba la jornada ya oscurecido, volvían  a  sus casas con sus hijos  envueltos  en el delantal. He llorado y he reído muchas veces  escuchando sus historias, bendiciendo  la suerte que tenía  yo por la época en que me había tocado vivir. Un día Carmela me contó, como las monjas, separaban en el recreo a las niñas pobres de las niñas  ricas, entre ambas un muro,  las pobres decía Carmela “no pagábamos, nos tenían en la escuela porque  les dábamos  lástima”. Hasta en los uniforme las diferenciaban, las ricas unos elegantes de cuadros escoceses, las pobres unos tristes baberos blancos, con una cruz en la solapa. He conocido mujeres maltratadas cuando el maltrato no se podía denunciar, porque siempre había al guíen que decía “algo habrá echo ella para que le pegaran”, peor era contárselo  a sus madres, que bajando la cabeza decían “aguanta y calla que toda la vida ha sido  así “. Hombres  que después de una dura jornada de catorce horas en el campo, tenían que apostarse en la puerta del amo para cobrar el jornal del día, lloviera o hiciera calor; muchas veces me contaban que a las dos o tres horas, salía el capataz, para anunciar con regocijo que el “Señorito” volvería tarde del casino, así que  todos a sus casas y hasta mañana. Todas estas personas  me han dado y enseñado más  a mí a lo largo  de estos años, de lo que yo les haya podido  aportar,  muchísimo más. Cada día una historia nueva  de superación, de esperanza, de entrega, de lucha. Gracias, porque habéis sido una fuente de inspiración diaria para mí, y me habéis  enfrentado cada día con una realidad  que está ahí,  y que muchas veces no la vemos de tanto mirarnos el ombligo. Hoy  que ya no escucho vuestras historias  las  echo  de menos, busco  las musas  y no las encuentro y digo como Serrat, estarán de vacaciones.


María  Adela  Muñoz  Lorenzo.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Perdon.




Perdón por contarles una historia tan denigrante,
Es la historia de mi vida, que ha sido un desastre,
Lo conocí con quince años, y amor eterno, me prometió,
 Viví un infierno.  Pronto Llegaron  los celos,
¿Dónde te metes?
Empezaron las palizas embarazada,
Disimulaba los golpes con maquillaje,
Perdonaba todos los días humillaciones,
Él, me pedía perdón, esta es la última.
Pero al día siguiente más, hasta no sentir dolor,
Y la vida se me va, se me va y no habrá solución.
No quiero ser la siguiente, que aparezca en una lista,
Ni quiero que con mi nombre, se rellene en una tele,
Un programa por la tarde. Yo quiero seguir viviendo.
Quiero criar a mis hijos, y quiero que la justicia encierre
A esos mal nacidos, y luego tiren las llave.
Yo quitaba las denuncias, porque él me amenazaba,
Y le dejaba a los niños, y lo metía en mi casa.
Mañana, abrirán  informativos, lo dirán en los programas,
Contarán que hallaron muerta a otra mujer, y  nadie habrá hecho nada.

MARIA


            María se mueve por la cocina, mondaba patatas para hacer una tortilla.

Su cuerpo se estremece al escuchar el ruido de la llave en la cerradura, el miedo lo

Invade todo, y ruedan por el suelo las patatas y el cuchillo, siente su aliento en el

Cuello y una mano en la nuca que le obliga a mirarlo. Él ha cogido el cuchillo del

Suelo y lo conduce con desprecio hacia su propio vientre, -si yo fuera tú-, le dice

Poniendo sus manos con violencia sobre el acero, -empujaría- y ella obedeció,

Siempre lo hacía.