
domingo, 26 de diciembre de 2010
martes, 21 de diciembre de 2010
jueves, 16 de diciembre de 2010
Veinte Años.
Las historias que relato a continuación, son algunas de tantas que a lo largo de diecinueve años, de trabajar como auxiliar, de ayuda a domicilio, he conocido. Son historias en su mayoría, desgraciadas, vidas de infinita miseria. Sus protagonistas, hombres y mujeres, que vivieron la guerra y padecieron la posguerra. Vidas algunas marcadas por su paso por las cárceles franquistas, condenados por sus ideales, indultados más tarde de unos delitos que no habían cometido. Mujeres muchas que no pudieron ir a la escuela, que tuvieron que ponerse a servir en la casa de algún señorito con ocho o nueve años, de sol a sol, por un miserable plato de comida, lavando cargas de ropa, cuando todavía, su cintura no alcanzaba el filo de la pila , que planchaban montañas de ropa ajena, sin tener fuerzas suficiente para sostener la pesada plancha de hierro, que mondaban cañas en los meses de la zafra y luego llenaban las espuertas de pleita, de tizos, que le serviría a modo de carburante para enceder la chimenea y coser unos boniatos, en el mejor de los casos. Muchas parieron en plena faena en medio de la vega, y cuando terminaba la jornada ya oscurecido, volvían a sus casas con sus hijos envueltos en el delantal. He llorado y he reído muchas veces escuchando sus historias, bendiciendo la suerte que tenía yo por la época en que me había tocado vivir. Un día Carmela me contó, como las monjas, separaban en el recreo a las niñas pobres de las niñas ricas, entre ambas un muro, las pobres decía Carmela “no pagábamos, nos tenían en la escuela porque les dábamos lástima”. Hasta en los uniforme las diferenciaban, las ricas unos elegantes de cuadros escoceses, las pobres unos tristes baberos blancos, con una cruz en la solapa. He conocido mujeres maltratadas cuando el maltrato no se podía denunciar, porque siempre había al guíen que decía “algo habrá echo ella para que le pegaran”, peor era contárselo a sus madres, que bajando la cabeza decían “aguanta y calla que toda la vida ha sido así “. Hombres que después de una dura jornada de catorce horas en el campo, tenían que apostarse en la puerta del amo para cobrar el jornal del día, lloviera o hiciera calor; muchas veces me contaban que a las dos o tres horas, salía el capataz, para anunciar con regocijo que el “Señorito” volvería tarde del casino, así que todos a sus casas y hasta mañana. Todas estas personas me han dado y enseñado más a mí a lo largo de estos años, de lo que yo les haya podido aportar, muchísimo más. Cada día una historia nueva de superación, de esperanza, de entrega, de lucha. Gracias, porque habéis sido una fuente de inspiración diaria para mí, y me habéis enfrentado cada día con una realidad que está ahí, y que muchas veces no la vemos de tanto mirarnos el ombligo. Hoy que ya no escucho vuestras historias las echo de menos, busco las musas y no las encuentro y digo como Serrat, estarán de vacaciones.
María Adela Muñoz Lorenzo.
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